Reflexiones para compartir.
Ocultamos lo que sentimos, ocultamos nuestras emociones a los que nos rodean y lo que resulta más doloroso, nos ocultamos a nosotros mismos. Así obviamos las evidencias. Hacemos como podemos para olvidar una escena dolorosa, hacemos viguerías para no sentir el dolor, el enfado, la tristeza, el odio, la vergüenza… Y lo hacemos anestesiándonos de mil maneras, creyendo que así nos sentimos mejor.
Cuando evitamos lo único que conseguimos es seguir cociendo lo que sea que haya pasado, que hayamos sentido, que sentimos como si fuéramos una olla a presión con la tapa puesta bajo el fuego.
El cuerpo es sabio y nos cuenta lo que no queremos ver. Dejarnos caer en la evidencia es difícil, pero si tenemos la valentía de reconocernos y de mirar en la sombra, la olla se abre y llega la calma. Y sí, el dolor aparece, pero esta vez como un cordón umbilical que nos engancha a la vida. Y cómo bálsamo: el encuentro amoroso, la mirada de aceptación de quien nos ayuda a transitarlo.
Dejando de escapar, caminado hacia la libertad.
Raquel Pascual
Psicóloga y Terapeuta Gestalt en Bilbao y Santander