Las crisis vitales son inherentes a la existencia y por ende todos tenemos que superar más de una a lo largo de nuestra vida. Hay crisis que aparecen en año nuevo, después de las vacaciones, cuando cumplimos años… Otras que se relacionan con fases concretas de nuestra vida: el nacimiento de un hijo, renunciar a ser madre/padre, la independencia de un hijo/a, la necesidad de cuidado o muerte de un ser querido…También hay crisis que aparecen de repente y que aparentemente no tienen un origen concreto, que sí que lo tienen, pero en principio no nos percatamos de cual podría ser.
Las crisis tienen muy mala fama y las asociamos a situaciones de gran dificultad, con tocar fondo. Nos originan angustia, estrés, dolor y/o tristeza de importancia considerable. Todas ellas emociones y sentimientos que a veces son difíciles de transitar y de compaginar con nuestra vida diaria.
Aclarar que, todas las emociones que sentimos tienen funciones sociales, motivacionales y adaptativas. La función adaptativa de las emociones nos permite movilizar la energía que necesita el organismo para llevar a cabo y motivar el cambio que necesitamos.
¿Y que función tienen las crisis? ¿Para qué nos sirven? Al igual que las emociones, tienen una función muy clara, ya que nos empujan hacia un cambio profundo y vital. Las crisis son como la muerte de algo interno que sirve de sustrato para un brote nuevo, que posibilita que acontezca algo diferente. Con lo cual, aunque nos parezcan incómodas o sean poco deseadas, gracias a las crisis podemos ir avanzando. Las crisis vitales nos obligan a mirar hacia dentro, a poner atención a lo que nos ocurre, y si esto es atendido nos llevará a un lugar nuevo y de autorrealización.
A veces, atravesar una crisis es difícil y arduo, sobre todo si su origen radica en un hecho externo que está fuera de nuestras decisiones y deseos, como por ejemplo la muerte de un familiar o la pérdida de un trabajo. Los eventos externos disruptivos y dolorosos suelen ser más difíciles de integrar, y a menudo necesitamos apoyo para transitar lo desconocido. La muerte de un ser querido por supuesto es muy dolorosa y trae consigo un duelo necesario. Después de ese duelo, la propia experiencia puede ser una fuente de aprendizaje y desarrollo interno. Es como una sacudida que nos permite colocarnos de otra manera frente a la vida, y puede permitir realzar fortalezas dormidas y virtudes desconocidas para la persona.
Esta es la cara amable de las crisis vitales, tras un árido paseo, se convierten una catapulta hacia una vida más completa, vívida y auténtica. Las crisis vitales nos permiten crecer y vivir de una manera más plena y consciente. Acceder a esta conciencia no es sencillo y a menudo, necesitamos orientación para poder llegar a la integración profunda, por eso los terapeutas que estamos especializados podemos acompañar. Te animo a pedir ayuda si la necesitas. Yo siempre lo hago porque me permite deshacer el nudo de una manera más amorosa y profunda.
Raquel Pascual Toca
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